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Francisco Galárraga pinta al óleo la cotidianidad de este tiempo

  • EDS
  • 11 jul 2018
  • 2 Min. de lectura

El artista usa herramientas digitales y de postproducción fotográfica para crear composiciones que le sirven de bocetos para pintar su serie. El uso de colores vivos crea una atmósfera fantástica en sus obras.

Hace algunos meses, el maestro Jaime Zapata había reunido en su casa a varios artistas que, en conjunto, practicaban técnicas pictóricas en óleo. Entre ellos estaba Francisco Galárraga. Esos días, montado sobre una muleta, caminaba a paso lento.

En medio del salón dibujaba retratos de personas que se encontraban en el lugar. De complexión grande y mentón pronunciado, Galárraga apuntaba la mirada a su objetivo, mientras reproducía —con un lápiz y sobre su libreta— los bocetos de ese tiempo. Después de haber permanecido estático por varios minutos en una silla, tomé un descanso. Me acerqué a Francisco y me vi reflejado en su libreta. Desde ese entonces, el viaje a conocer su espacio estaba pendiente.


Creyendo en las causalidades, con sol de verano y cielo azul, llegué hasta su taller ubicado al centro norte de la ciudad. Había llegado el momento. Francisco me recibió, subimos hasta el segundo piso de un edificio que parecía haberse construido en los setenta. Ahí me abrió las puertas de su espacio.

El artista comparte el taller con su amigo Javier, conocido también como “el mono”. Su relación se basa en compartir la labor, la música y opiniones de lo que están produciendo.


El taller, antes apartamento residencial, había sido adecuado para producir arte. A más del área social donde se encontraban pintando, el sitio cuenta con una bodega —anteriormente dormitorio— y una pequeña cocina desde donde se desprendía el olor a café cargado.

El gran ventanal con vista hacia el este recibía toda la luz del sol de la tarde. Los óleos, que habían sido producidos por Francisco, estaban cargados de colores vivos. Esos trazos me recordaban a uno que otro mural que había visto por la calle del mismo artista. Galárraga, además de pintar al óleo, también trabajó en muralismo y arte digital.

Sus composiciones están resueltas a través de una documentación fotográfica que guarda en la memoria de su computador y que —a través de un trabajo digital— logra unir momentos y circunstancias. Se podría decir que sus bocetos vienen a través de un proceso de montaje digital que terminan siendo pintados por el artista.

Retratos de personas allegadas a Francisco estaban casi terminados. “Solamente dos están terminadas”, me comentaba Galárraga. Las demás obras continúan por varios procesos antes de terminar. Me aseguraba que lo interesante del óleo es la cantidad de capas que puede tener y el realismo que se logra al mezclar los colores.

Los colores vivos hacían de sus cuadros momentos fantásticos. Para el artista, lo interesante es que el espectador vaya descubriendo cosas en los detalles de sus cuadros

Como una coreografía no programada, los artistas compartían el lugar, el tiempo y la labor.

Francisco pintaba los detalles de la cabellera azul de un joven. Una escena que podría estar ocurriendo en cualquier restaurante de la ciudad. “Me interesa pintar la cotidianidad de este tiempo”, decía.

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