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El cuerpo y la arquitectura del alma se fusionan mediante la danza

  • EDS
  • 21 feb 2018
  • 2 Min. de lectura

La danza es una nueva manera de recorrer el museo e interactuar con el espacio. Arquidanzar es una muestra dividida en tres actos. Los bailarines demuestran la habilidad de habitar el cuerpo a través del movimiento.

Era 14 de diciembre de 2017 y estaba citado en el Palacio de los Espejos para ver cuerpos en movimiento. El tema de la noche se titulaba Arquidanzar. Había llegado al edificio de la Casa de la Cultura, particular p­or los reflejos del cielo en los espejos de su fachada y también por la extraña sensación que genera caminar por sus jardines. Buscando la sala del museo donde se exponen instrumentos musicales de todos los tiempos, me encontré con una muestra de esculturas en madera con curvaturas pronunciadas que parecían estar en movimiento.

En las alturas tres bailarines estiraban y conversaban antes del show.

El museo empezaba a llenarse. Los asistentes se ubicaban alrededor de la sala. La quietud de los objetos exhibiéndose era compartida con la energía y curiosidad de los visitantes.

Las luces se apagaron y la música llenó los corredores. Una luz apuntaba al centro de la sala. Silencio. Por un momento parecíamos despegarnos de este espacio, era un viaje para desprenderse del tránsito de la cotidianidad y mirar al cuerpo como una caja que, habitada con el movimiento, puede llegar a crear figuras en el espacio.

La muestra estaba dividida en tres actos. Esto generaba que cada bailarín, trabajando en solitario o en equipo tenga un tiempo concreto con un inicio, desarrollo y final. Al terminar cada acto llegaban los aplausos seguidos por el silencio y el tránsito a otro espacio del museo.

La luz se reubicaba para dar inicio al acto siguiente, que gracias al cambio de escenario, transmitía un sentido muy diferente.

La danza generaba formas en el espacio que se impregnaban en el museo.

Con un gran contraluz de fondo, sobre el lente de mi cámara, captaba el momento en el que el cuerpo en movimiento se despegaba hacia el aire.

El último acto, compartido entre dos bailarines, se desarrollaba en medio de varias esculturas. Los movimientos que lograban en el área era simétricos y coordinados. Intensos y prolijos.

De un momento a otro la luz se volvió a apagar. El acto había finalizado. Se prendieron las luces y la silueta de los bailarines hacían la venia para dejar sellado el acto de habitar el propio cuerpo.

De salida y por uno de los corredores me despedida el cuadro ‘Romeriantes’, de Piedad Paredes. La representación de la familia sobre un camino con las velas en sus manos me recordaba del continuo movimiento de nuestro cuerpo, de el continuo habitar, del Arquidanzar diario.



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