Daniela Arboleda representa la vida a través de texturas infinitas y colores vibrantes
- EDS
- 15 ago 2018
- 4 Min. de lectura
Los animales siempre han sido parte de su inspiración. Para representarlos, la artista ecuatoriana Darboleda usa varios tipos de materiales que resaltan la fuerza de su energía. En un galpón ubicado en el valle de los Chillos produce obras a gran escala, como las vacas de colores. Por las noches, en su apartamento ubicado en Quito, crea su nueva serie inspirada en la intensidad del corazón y la vida.

Vivir en una ciudad con montaña tiene sus encantos. Los días con sol te invitan a salir y mejor si es al campo. Transitaba por la autopista General Rumiñahui hacia una de las zonas pobladas cercanas a Quito. Me habían invitado a conocer un espacio en medio del valle de los Chillos, cerca de las faldas del Ilaló. Un par de galpones pertenecientes a la familia de la artista estaban adaptados para mantener varias barricas de ron y un lugar de producción y bodegaje de material y obra.

Era casi medio día y el sol entraba por tragaluces del techo. Tonka Jaramillo, esposo de Daniela Arboleda, me recibió y me condujo hasta el taller. El olor a ron creaba la atmósfera de la vaca intergaláctica llena de colores y texturas explosivas que me recibía en el pasillo. Hasta llegar, hablamos sobre el ron San Jorge y la producción por herencia familiar.

Darboleda pintaba —sobre un lienzo con intensos colores— un conejo comisionado. Sobre el blanco y sin fondo, el perfil del conejo en flúor parecía chorrearse en el espacio. Si algo me sorprendía de su obra era el estudio de los pigmentos bajo la luz.

La cantidad de colores eran pura vida. De ahí la inspiración por crear animales que —cargados de color y texturas— inspiraban su serie llamada Creatures and assamblage point. Daniela llevaba su camisa de trabajo, su cabello recogido y un increíble corazón tatuado en su brazo. Me brindó agua y hablamos sobre lo que estaba produciendo ese momento.

El conejo era parte de un mural de una marca de ropa para niños. “La mayoría de mis obras ya tienen dueño”, me decía Daniela. Junto a Tonka han creado un estudio de diseño dedicado a la aplicación de arte en branding, dirección de arte, murales y creación de productos. Todo con un lenguaje artístico y digital.

Las vacas eran parte de una serie llamada Crazycows y pertenecen a un encargo de un coleccionista. Ese era el último día que las vacas estaban en el estudio. Pronto iba a transportarlas en avión hasta su destino final.

Daniela está acostumbrada al uso de una diversidad inmensa de materiales para crear las texturas de sus obras. Usa acuarela, plumilla, tinta china, acrílico, tintas permanentes y rotuladores, lacas, pintura sintética, spray, pigmento automotriz.

También varios pintauñas que consigue con los colores que le gustan. Mientras Arboleda esparcía el color con un spray cargado con agua, Tonka me indicaba varios comerciales en los que habían participado haciendo dirección de arte. Trabajo en equipo y sinergia. La artista me contaba que, en su proceso de trabajo y desde el nacimiento de su hija, intenta no usar pigmentos tóxicos.

El galpón —además de la obra de la artista— contenía material que había sido usado para sus producciones publicitarias. Un espacio de maquetas de animales trabajados con líneas de origami era el diseño para una marca de reconocidas hamburguesas y varias paletas viejas que Daniela recicla para decorar su casa.


Mientras me movía por el espacio buscando los últimos ángulos de su taller. Daniela abría un cuaderno que tenía dibujado un corazón en negro. Sus texturas le hacían hermoso. Mensajes de ser más conscientes al latir. Para Daniela era el inicio de una nueva serie cargada de energía.

Era momento de partir, Tonka había conseguido una botella de ron San Jorge para que la pruebe en casa. Nos despedimos. Pocos días después me invitaron a su casa. Habíamos coordinado para conocer otro sitio importante para la artista y su familia.

En su apartamento, un gran mural de oso panda decoraba la sala. El lugar había sido de los padres de la artista. Me decía que el espacio que ella usa como su estudio actualmente era parte del comedor de su madre. Un escritorio de dibujo con luz es el lugar donde trabaja la mayoría de las noches.



“Alguna vez pinté cerdos”, un par de cerámicas llamaron mi atención. Esta vez la artista pintaba corazones. La tina china estaba sobre la mesa. Con el caer de las gotas sobre el agua, las formas se expandían y las texturas se impregnaban con el agua sobre el papel. La luz de la mañana llenaba el espacio.

Maya —su hija, interesada por los colores— jugaba con su madre.

Un balcón cubierto, cerca del parque, era el lugar donde Daniela sacaba uno a uno los corazones que en esos días había pintado. Los colores vibrantes que caracterizan a su obra se repetían en esta serie.

Cada uno con sus propias figuras, formas, texturas, brillos y colores. Cada uno latiendo con intensidad a su propio ritmo. “Imagino ver los cuarenta juntos”, decía.

























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