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Rostros de colores fluorescentes habitan la galaxia de Mushi Baca Carbo

  • EDS
  • 9 ago 2017
  • 4 Min. de lectura

Ya es más de un año que he seguido el trabajo de Mushi Baca Carbo, la primera vez que pude ver su obra fue en una galería de la ciudad. Me impactaba la cantidad de rostros de mujeres pintadas en un formato cuadrado. Eran muchos, ese día no los conté, más me impactó la fuerza que tenían las expresiones de sus rostros. Recuerdo haberme parado justo en el centro de la instalación para analizar los rangos de dolor que podemos llegar a tener las personas.


Había llegado a creer que a Mushi nunca le iba a conocer. Por cuestiones importantes no podíamos cuadrar una fecha para fotografiar su espacio. Pasó alrededor de un año. En ese transcurso las emociones se habían intensificado. Los rostros de las mujeres que había visto en la galería se me hacían más fáciles y sentidas para digerirlo. La paleta de morado, tirando a los grises y negros se me repetía en estos últimos meses. Había llegado a pensar que la magia no existe - aunque para los escépticos esta sea una afirmación-. La noche anterior había trasnochado y antes de dormir vi en Facebook el rostro de una mujer vibrando en colores fluorescentes. A la mañana siguiente escribí a Mushi para cuadrar una cita y conocer su taller. Intenté que mi petición sea lo más agradable, solo necesitaba un poco de color. Mushi aceptó.


Subí por el ascensor hasta el departamento de Mushi, piso 7 de un edificio nuevo ubicado en un lugar céntrico de la ciudad.

El sol rebotaba sobre los grandes ventanales. Luz por todo el espacio. Mushi me esperaba con su hija pequeña a la que le pusieron un nombre muy acercado a su carácter. Intensamente feliz.

Con una taza de café nos sentamos por un momento en la sala a charlar.


Su primera confesión fue relacionada a sus estudio, me comentó que cuando llego a Florencia a la escuela de artes no sabía coger ni un pincel. Todo lo pintaba con los dedos.

Un retrato de su hija demostraba el dominio de sus manos para producir. Mientras Mushi jugaba con su hija me concentré en los detalles.

Su esposo arquitecto se había encargado de realzar el espacio.

El ladrillo visto y el hormigón armado conjugaban perfectamente con una lámpara de focos antiguos que colgaba sobre el comedor.

Una calaca en la entrada hacía juego con la paleta de colores que Mushi había elegido para su nueva serie.

Recordé el rostro que había visto la madrugada. La artista me comentaban que usa las horas de la noche para producir. –Deberías llevarte el libro del Elle Luna. Desde ese momento pensé que toda barrera se rompió. Si alguien me presta un libro supera cualquier barrera de confianza.


Mushi me resumía que el libro fue uno de los motores que le incitó a crear 100 días seguidos y a publicarlo a través de sus redes sociales. En el libro la autora crea una especie de manual para activarnos a crear cualquier cosa que nos apasione en 100 días consecutivos.

Barbarita se había adelantado al estudio de su madre, se notaba que la galaxia – como le llaman sus hijas- la habitan en conjunto. Un dibujo de su hija mayor se entremezcla entre los cuadros de su nueva serie.

Un pequeño cuarto es el espacio suficiente para las sesiones nocturnas de Mushi. Junto al escritorio donde pinta un librero comparte el lugar con un mueble que fue pintado de colores por Mushi y sus hijas.

En el corredor varias obras colgaban de las paredes. Mushi estaba acostumbrada a pintar en formatos más grandes. Sin embargo, como reto decidió reducir el tamaño de sus lienzos y producir una obra al día.

Sobre su escritorio referencias que le sirven inspiración, marcadores de colores y fotografías de momentos especiales.


Un tríptico recién terminado hace juego con las manchas de su escritorio.

Mientras la artista me ayudaba a cuadrar la luz me contaba los tortuosos baches de su camino. Toda la belleza de su expresión y el amor que le transmitía a su hija era el espejo de un doloroso impacto que le llevó a florecer.

La perdida de su padre había sido uno de los motores que le llevo a crear y no parar. Luego de una serie de expresiones serias y tristes Mushi explota con detalles de colores rostros de mujeres que transmiten un aire de tranquilidad, felicidad y hasta ingenuidad.

La artista me contaba que una noche en la que soportes se habían terminado decidió intervenir una silla de su estudio y será parte de la colección.

En los cinco metros cuadrados que mide la galaxia de Mushi se plasman en un mismo formato 100 rostros de mujeres que nacen en la intimidad de la noche, colores vibrantes ayudan a opacar largos momentos de silencio de una niña introvertida y hermosas sonrisas ahuyentan los momentos de dolor que dejo al quedarse con su alma vaciada.

Había terminado de hacer las fotos, Mushi me acompañó hasta la puerta con el libro The crossroads of should and must, me lo entregó y se despidió con una sonrisa, y me rondaba en la cabeza que siempre una buena espera valdrá la pena.

 
 
 

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