Metros y metros de papel con documentación de lo real
- EDS
- 7 jun 2017
- 5 Min. de lectura
Encendí mi auto y me dirigí hacia una licorería. Estaba retrasado, había quedado con Tomás Bucheli en pasar por su casa a las 20:00. Me había demorado casi una hora, paré a comprar unos cigarros y un vino. Mientras me daban el cambio se me cruzaba por la cabeza que no debo disponer del tiempo de los demás, estaba consciente de que posiblemente Tomás podía haberse cansado de esperarme y habría salido a caminar por la ciudad. Las líneas del destino podían variar y eso era lo que le daba emoción a la noche. Estados Unidos y La Habana –sonreí- era la dirección más extraña que me habían dado. Aun sabiendo que mi retraso era casi de una hora decidí ir hasta la ubicación. Crucé las empedradas calles de San Juan hasta llegar al destino final, a manera de flashback recordé haber estado antes ahí, una madrugada cuando acompañaba a mi amiga Paula sin ningún motivo puntual: hablar de la vida y fumar un tabaco. Los nudos se habían cruzado y amarrado como un hermoso tejido. Descargué los equipos del auto sin saber aun si Tomás estaba dispuesto a recibirme en su casa, esperé en silencio por un momento, el sonido del poste de luz se mezclaba con el retumbar de un balón de un niño que golpeaba contra la pared de un pequeño parque frente a la casa de Tomás.

Pude escribirle a su celular y en pocos minutos me abrió la puerta. Definitivamente era la noche para cruzar más de dos palabras con el artista. Había conocido a Bucheli en un jam de dibujo hace meses, mientras en un gran papel practicaba su caligrafía, yo decidí someterme a disparar fotos con mi cámara sin cruzar una sola palabra. Sin embargo, nos habíamos vuelto a encontrar y estaba subiendo las gradas de su casa, pude sentir la energía de varias almas creadoras que habrían llegado en varios momentos de la vida a llenar el sitio. Por fin podría entender un poco más a éste personaje a través de su espacio.

Ya en el comedor, y con un vino en la mano conversamos sobre los habitantes que habían ocupado la casa. Tomás me comentaba que hace varios los departamentos contiguos estaban habitados por grades amigos. La esencia pasajera se sentía. No saqué mi cámara al menos por una hora y media. Charlamos sobre la gestión que el artista ha venido haciendo a lo largo de estos años en instituciones públicas, planes que ha querido generar con el afán de incentivar socialmente a la comunidad. Sin embargo, aun no descubría con certeza que me decían los ojos de los personajes que colgaban de las paredes.

Tomás me contaba la historia de una chica, cantante y joven, que se desenvolvía en un mundo masculino y bohemio. Con ese storyline me abrió las puertas de su coraza. Me mostraba un espejito donde podía ver mi reflejo: aun tímido, aun callado.

Los cuadros que se encontraban en las paredes habían sido producidos en varias épocas y colgados a manera de una narrativa que contaba la historia de la chica cantante. Diversas técnicas, varios momentos, un solo sentido.

Parte de la instalación Visioni Amplificante de su amigo Fabio Pennacchia artista que llegó desde Roma hasta Quito se mantenía tensada en su ventana, a manera de lupa como una especie de búsqueda a los cotidiano del mundo. Hace pocos meses el taller del artista formó parte de la red de sitios de interés de la ciudad.

Tomás me contaba las diversas reacciones de cuando la gente visitaba su espacio. Por esa razón mantenía de cierta manera una lógica de recorrido visual y narrativo de la historia.

En el cuarto contiguo la novela continuaba. Una obra junto a la ventana llamó mi atención. Espectros mirando la televisión sin sentido, sin personalidad, se encontraba en proceso de mutación a convertirse próximamente en una mesa-biblioteca. El artista tenía como proyecto darle una nueva vida a la obra.

Un velero decoraba el corredor, esta obra había hecho en su paso por Centroamérica y recordaba su trabajo con materiales reciclados encontrados en la playa.

En otra habitación se encontraba su taller. A primera vista parecería ser un sitio donde es difícil de encontrar las cosas, sin embargo, el artista a manera de mago, destapaba sus más grandes secretos para contarme el proceso y evolución de su trabajo.

Le bastó con abrir sus libretas para indicarme la representación del movimiento del cuerpo, la proporción y su expresión. Luego de organizar y asistir a varios jams de dibujo Bucheli había acostumbrado a su mano y a su cerebro a trabajar en continua sincronía, lograba representar en pocos segundos la realidad y boom, se hizo magia.

Lo que para mi era la cámara para el artista era el lápiz y el papel. Metros y metros de hojas pegadas, eran el soporte donde Tomás documentaba su vida. Un señor comiendo en un restaurante o la escena de un taxi dibujada por el artista se había elevado a momentos trascendentales como lo es la vida.


En los momentos más simples está el encanto. Todo lo que entra por la retina de sus ojos lo plasma en sus diarios continuos y casi infinitos, los papeles caían por el piso de su taller.

Junto a las tantas libretas dibujadas un dispensador de barquitos de papel llamó mi atención. Un proyecto que había aplicado cerca de las fuentes de en varios parques en Cuenca.

No me cansaba de fotografiar las escenas cotidianas de la vida de Tomás, en unas cuantas aparecía esa mujer de los ojos fijos que había atado los nudos de mi vida a nuevas realidades y también las de él. Bucheli con su lápiz y papel, yo con mi cámara, a manera de extensión del cuerpo recorriendo y documentando lo esencial, lo momentáneo, lo necesario.

Su mochila llena de herramientas para salir al mundo y colorearlo: lugares, momentos y situaciones.

Como esta cotidiana escena de Diagonal Norte que me tele transportó a la ciudad porteña donde por años esperé el bus número 111 para llegar a la universidad. Tomás había estado donde yo estuve, su detallado trazo me llevó a recordar el ambiente bonaerense en los agitados y húmedos días de verano.

De nuevo en el comedor, con puro y vino en la mano, entendí la esencia de los seres que colgaban de las paredes, representados de una realidad pura, innata y existencial. En los momentos cotidianos en los que la vida transcurre. Sin embargo, las líneas del destino pueden variar, esa noche posiblemente podría no haber existido. Se que nunca debo llegar tarde, ni disponer del tiempo de la gente, pero le apuesto a la realidad, a la opción de la inexistencia, a la magia de dibujar o fotografiar a manera de documentación en lo emocionante de lo real, de lo no montado, de lo no forzado ni puesto, de lo real.

























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