Los ojos como puerta a los sueños y otras dimensiones
- EDS
- 24 may 2017
- 3 Min. de lectura
Me bajé del taxi con la maleta de mi cámara y mi monopie. Begoña Salas Urrutia, ilustradora y muralista, estaba tras una puerta metálica. Entramos por un parqueadero a una gran cocina. El olor a caramelo y chocolate me daba la bienvenida. Varias señoras que en ese momento se preparaban para cocinar, me saludaron. Sus padres se encontraban tras la ventana mientras cruzábamos el patio. Ahí Bego, como le dicen sus amigos, me presentó a su gato. Caminamos unos cuantos metros más y llegamos hasta la casa de la artista.

El techo bajo de madera volvía acogedor al espacio junto con los cuadros que la artista había colgado por las paredes. Me invitó un café.

Muchos de los detalles que existen alrededor de la casa son hechos por Begoña como los platos, el servilletero y la cuchara del azúcar.

Una especie de añoranza del pasado envuelve al espacio. Los muebles antiguos de formas curvas se combinan con la madera de las líneas rectas.

Los ojos de los personajes de Begoña resaltaban en unos imanes que se encontraban pegados en la refrigeradora.

Subiendo las escaleras, una cadena de grullas de origami en papeles de colores compartía el espacio con un cuadro de intensos colores.

Objetos de otras épocas: una máquina de escribir, una máquina de coser… fueron conseguidas a través de trueque por la artista.

Mientras yo veía, uno a uno, los cuadros que se encontraban colgados en el altillo que hace las veces de taller, Begoña ponía un vinilo de Doris Day. Hacía sol, sin embargo, unas gotas de lluvia caían sobre el techo.

La artista se sentó frente a mí y no pude evitar preguntarle por qué esa cantidad de ojos. A lo que ella contestó: “son la puerta del alma y de los sueños”.

Conversamos sobre su actual inspiración, un tema que profundiza en el entendimiento de la mente, de las ilusiones y de las dimensiones. Con Bego compartimos experiencias que nos habían sucedido a los dos.

Además de esta investigación, la artista prueba diversas técnicas. Me llamaba la atención las vías por las que aplicaba su arte, como unos pequeños cuadros de recetas que habían sido diseñados en meses anteriores.

La mesa de trabajo tenía instrumentos y elementos para colorear cerámica. Ella desarrollaba en ese momento la imagen del Festival Latinoamericano de la Casa Cine Fest, de la Cinemateca Nacional.

Del diseño del afiche había abstraído el premio el cual estaba cocinando y pintando en cerámica. A la vez estaba creando unos anillos del mismo material. Mientras Begoñá me relataba todo el trabajo que últimamente viene realizando, sus ojos, la puerta de sus sueños, se mostraban enteramente abiertos y lúcidos. Agarraba con sus dedos pequeños cubos que estaban siendo decorados por la artista, mientras me preguntaba cuál cuadro me llevaría a cambio de las fotos.

Fue difícil elegir. La cantidad de obras que la artista mantiene reguardadas en su taller no me permitía definir qué obra quería sumar a la colección. La artista parecía mantener bastante apego con sus cuadros, pero sabía que tenía que desprenderse de alguno de los personajes que cargaban su vida de fantasía.

“¡Ese!. Sí, ese me eligió”, le dije. Se trataba de un joven de 13 años con un prominente ojo y una máquina de escribir con un papel interminable . Bego sacó un marcador y lo firmó con mucho sentimiento, abrazó el óleo por ultima vez. Me acompañó hasta la puerta, el taxi me esperaba. “Cuídale. Sé que estará en buenas manos” dijo.
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