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Un marino no se desprende del agua ni estando con los pies sobre la tierra

  • EDS
  • 19 abr 2017
  • 3 Min. de lectura

Estaba sentado frente al nieto del capitán Landínez. Andrés, el dueño del bar, me ofrecía una cerveza mientras el agua de los canales que recorrían el lugar no paraba de sonar.

Había llegado por casualidad de la vida al Molino de la Mesopotamia, un complejo que funciona desde hace 300 años como hotel. “Esto es como la película de Kubrick, yo vendría a ser el vigilante del hotel y el encargado del bar” sonrió.

La antigüedad de las paredes, los pisos y los techos bajos reflejaban la edad de la construcción. Un complejo que existe desde 1568, casi construido con la fundación de la ciudad de Villa de Leyva y convertido en hotel desde 1960.

Allí las grandes historias se mantienen en los recuerdos de quienes son parte del lugar. Andrés Landínez, nieto del capitán Cesar Augusto Landínez (1904 -2004): el fundador de sitio, me contaba sobre las grandes fiestas que se dieron en los salones del hotel. Como ciudad de descanso, Villa de Leyva se caracterizaba por ser el sitio de vacaciones de familias adineradas que gustaban del campo, la naturaleza, la fiesta y el aguardiente.

Los aires no han cambiado. La tradición familiar por atender a todos quienes llegan a conocer la Mesopotamia se ha institucionalizado en el lugar. Andrés era la persona correcta para contarme sobre las magníficas historias que habían ocurrido en el lugar.

El amarillo de las paredes de más de un metro de grosor con la luz de las velas tornaba el ambiente cálido. Mientras nos tomábamos la cerveza, Andrés me contaba que desde la Mesopotamia se producía el primer pan que se repartía para toda Boyacá, uno de los 32 departamentos que forman la República de Colombia. Su abuelo, marino, aprovechando de las bondades del agua, había construido un molino de piedra junto al artista colombiano Gomer Medina. Este mecanismo que funcionaba a través de el golpeteo de dos piedras con la fuerza del agua servía para procesar el trigo.

Actualmente, el molino es parte del restaurante, ahí uno puede comer mientras ve fluir el agua por las ventanas. Las causalidades de la vida había hecho que el marino, en tierra firme, se dedique a darle una utilidad a este elemento.

Contemplar el agua en su tránsito natural se puede convertir en la mejor terapia. Muchas respuestas encontraremos a la hora de aprecia su fluir. – “¿Conociste el ojo de agua?” dijo Andrés, “anda antes de que se vaya la luz”. Me acompañó hasta la mitad del camino.

‘Acá crecí, ese era mi árbol favorito’ caminé un poco más guiado por la intensidad del sonido y encontré el oasis.

Una laguna donde emerge el agua desde la tierra. Antes que el marino llegara hasta el lugar, la superficie era de barro, Landínez se encargó de cubrir el fondo con piedra-laja otorgándole una naturalidad única.

Me quedé contemplando la belleza, desde ahí se podía sentir la energía del sitio. Las tierras de Villa de Leyva fueron habitadas por los Muiscas, una comunidad indígena que se dedicaba a la astrología. Alrededor del valle habían hallado ruinas donde se encontraban a mirar las estrellas. El aire que entraba a mis pulmones estaba cargado de energía.

Era momento de volver, uno de los ayudantes de la cocina me avisaba que estaba lista la comida.Volví caminando entre acequias y canales de agua.

La belleza natural de los jardines era única. Las plantas florecidas habían sido cuidadas desde hace mucho tiempo por Mélida, la esposa de César, abuela de Andrés. De nuevo en el bar nos pusimos a conversar sobre su niñez y sobre las cosas que habían llegado a la hacienda. Luego de haber charlado por minutos con Andrés sentí su sensibilidad por la naturaleza, esa sensibilidad que proviene de la genética familiar.

Sin embargo, no entendía el porqué los animales disecados en las paredes. Andrés me comentó que todos habían llegado como obsequios de los viajes de su abuelo y para no colgarlos como seres inútiles les había proveído de vida usándolos como lámparas, es el caso del cocodrilo del amazonas que expulsaba luz de su boca, o el oso grizzli que había tomado personalidad luego de algunas fiestas en el bar.

La noche había caído y las conversaciones con Andrés parecían infinitas. La casona por la noche tomaba un aire místico, se sentía la energía por todas partes. Al salir y caminar por las empedradas calles de Villa de Leyva me daba vueltas la cabeza si de verdad Andrés existía o podría haber la posibilidad de ser el guion adaptado de ‘El Resplandor’ en versión colombiana.

 
 
 

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