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La cerámica más grande del mundo parecería salir de una película de Tim Burton y está en Colombia

  • EDS
  • 29 mar 2017
  • 4 Min. de lectura

Había llegado la hora de emprender un nuevo viaje. Para mí, en la vida, lo más importante es conocer el mundo. Por alguna razón somos seres con la capacidad de trasladarnos y adaptarnos a nuevas realidades. Esta vez había planeado mi viaje para tierras colombianas. Es grato visitar a los amigos y disipar la mente inmiscuyéndonos en otras historias y otros mundos. Al llegar una gran amiga del camino me había organizado un viaje a Villa de Leyva, siendo una gran productora y conocedora de su país no dude un segundo en confiar y dirigirme hasta la ciudad ubicada a tres horas de distancia de Bogotá DC.

La primera sensación al llegar a Villa de Leyva era la pureza de su aire. La ciudad se desarrollaba en un pequeño valle alrededor de grandes montañas. Es una ciudad que se mantiene en el tiempo. Sus calles empedradas y sin veredas evocan ese aire colonial.

Fue fundada en 1572 y reconocida como monumento nacional en 1954. Desde mi imaginario la ciudad se conformó como una villa de descanso de familias acaudaladas, que al sentir las bondades que ofrecía el valle con la producción de uvas y olivos, decidieron construir hermosas casas de estilo villa europea en suelo colombiano.

La organización en plano estilo damero propone la construcción de una plaza de 1,4 HA. totalmente empedrada, esta plaza es considerada la más grande de Colombia y organiza, como toda ciudad de origen español, la distribución de la misma.

Como toda ciudad museo, Villa de Leyva se encarga por mantener intacta su arquitectura. Las nuevas edificaciones que se construyen alrededor siguen siendo quintas de descanso y mantienen aún las características de la arquitectura tradicional española, aunque innovando con el modernismo.

Grandes muros blancos, patios internos, puertas, ventanas y balcones de madera, techos a dos aguas cubiertos de tejas de barro, entre otras, prevalecen en sus estructuras que contrastan con las buganvillas de colores.

La ciudad sigue su crecimiento hacia las afueras, donde por cientos de años el lugar ha sido considerado sagrado. Según investigadores, hace miles de años, Villa de Lyeva estaba cubierto por el mar, por esa razón se han encontrado vestigios de animales marinos y esqueletos de dinosaurios de la Era Mezosoica. En estas tierras también se asentaban los indígenas Muiscas quienes desarrollaron su habilidad astrológica y construyeron templos como monolitos fálicos en homenaje a la fertilidad de la tierra.

Para conocer los alrededores, me habían recomendado alquilar una bicicleta. Rodando salí del centro de la ciudad en búsqueda de mi principal objetivo: la Casa Terracota, del arquitecto Ovidio Hernández, una edificación levantada en una zona energética, desértica. Ahí las grandes piedras servían de soporte para nombrar las calles.

Las casas de descanso se riegan a lo largo del trayecto, con espaciosos patios y chacras para la siembra.

La Casa Terracota, en medio del desierto, parece sacada de una película de Tim Burton, lo fantasioso de sus formas se percibe en varios rincones.

Fue construida hace 14 años y proviene de un proceso de experimentación por parte del arquitecto bogotano. A primera vista se asemeja a una cueva. Hecha completamente de barro, es considerada la cerámica más grande del mundo. Para su construcción fueron necesarias 400 toneladas de ese material y fue cocinada pieza por pieza y construida por zonas.

Para su cocción, el arquitecto construyó un fogón que era prendido con carbón natural para producir el menor impacto posible. Según el guía, la casa contiene todos los elementos de la naturaleza y logra una altura de un edificio de cinco pisos en las partes más altas.

Al ingresar, un gran hall recibidor de doble altura da la bienvenida y distribuye a los diferentes espacios. Una araña colgaba desde una claraboya cenital permitiendo el ingreso de luz de una manera orgánica.

La casa tiene todos los servicios de una residencia. La distribución de la cocina es bastante cómoda y abierta hacia las áreas sociales.

El mobiliario está completamente moldeado como una escultura. Tanto el comedor como los muebles de la cocina mantienen coherencia con el entorno. Para sustituir las rejas de seguridad, puertas y los complementos de iluminación como lámparas y apliques, el arquitecto decidió incluir en el proyecto al artesano en metal Wilson Avendaño, que se encargó de moldear increíbles artículos inspirados en la naturaleza logrando una sinergia con lo orgánico del espacio.

Además de las áreas sociales, el primer piso cuenta con un espacio para huéspedes conformada por dos habitaciones.

En uno de los dormitorios se encontraban sobre una especie de escritorio las maquetas del arquitecto, tratadas totalmente como una escultura.

Semejante que la actual casa consigue esa forma irrepetible. Las camas completamente hechas de barro están cubiertas con una especie de totora tejida,

al igual que las puertas de los clósets construidas con este mismo material.

La habitación principal cuenta con una antesala que funciona como estudio.

Los baños están cubiertos de hermosos mosaicos de colores.

La atracción de los pisos altos son las diversas terrazas que se crean alrededor del techo y sobre el mismo.

Desde la parte más alta se puede divisar las montañas que rodean esta hermosa escultura.

Apliques en la fachada y pequeñas jardineras acompañan la irregularidad de las formas. “Acá esta el Gaudí colombiano” reía entre mí, disparé una foto, mientras los molinos de viento movían las aguas de la laguna, esto tranquilamente podría ser un Burton. Mientras tanto las ninfas dormían en el jardín.

 
 
 

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